Por Cesar Vidal Manzanares via: Verdades que ofenden
Utilizado por los antisemitas de todo el mundo —sin excluir a los nazis o a los árabes de las últimas décadas— los Protocolos constituyen un documento de enorme interés histórico y político. Sin embargo, ¿tienen realmente alguna relación con los judíos? ¿Quién escribió los Protocolos de los sabios de Sión?
En las últimas semanas se ha producido un revuelo considerable en el mundo árabe a consecuencia de una serie de TV egipcia en la que se sostenía la autenticidad de un documento denominado los Protocolos de los sabios de Sión. El citado texto, redactado a finales del siglo XIX, contendría las líneas maestras de un plan de dominio mundial por parte de los judíos.
El antisemitismo constituye una actitud mental y una conducta que se pierde en la noche de los tiempos. Manetón, el sacerdote e historiador judío del periodo helenístico, ya dedicó vitriólicas páginas a los primeros momentos de la Historia de Israel y sus pasos siguieron los antisemitas de la Antigüedad clásica —prácticamente todos los autores de renombre— desde Cicerón a Tácito pasando por Juvenal. En términos generales, su antisemitismo, que presentó manifestaciones de enorme dureza en medio de una considerable tolerancia legal, era cultural más que racial. Durante la Edad Media, el antisemitismo estuvo relacionado con categorías de corte religioso (la resistencia de los judíos a convertirse al islam o al cristianismo) y social (el desempeño de determinados empleos por los judíos). Solamente con la llegada de la Ilustración, el antisemitismo se fue tiñendo de tonos raciales que aparecen ya en escritos injuriosos —y falsos— de Voltaire y que volvemos a encontrar muy acentuados en Nietzsche o Wagner. Aunque la figura del judío perverso y conspirador no se halla ausente de algunas de estas manifestaciones antisemitas y aunque, por ejemplo, Wagner y Nietzsche insistieron en tópicos como el del poder judío o el de su capacidad de corrupción moral (e incluso racial) no llegaron a agotar hasta el final el tema de una de las acusaciones ya popularizadas en su tiempo, la de la conspiración judía mundial. Ambos autores no llegaron a articular —aunque no les faltó mucho para ello— la tesis de que todo el poder degenerador de los judíos en realidad obedecía a un plan destructivo de características universales cuya finalidad era el dominio del orbe. Semejante papel le correspondería a un panfleto de origen ruso conocido generalmente como “Los Protocolos de los sabios de Sión”, en el que, supuestamente, se recogían las minutas de un congreso judío destinado a trazar las líneas de la conquista del poder mundial.
El análisis de esa obra constituye el objeto del presente Enigma, sin embargo, antes de entrar en el contenido y en las circunstancias en que la misma se forjó debemos detenernos siquiera momentáneamente en algunos de sus antecedentes. “Los Protocolos de los sabios de Sión” no fueron, en buena medida, una obra innovadora. Aunque, sin lugar a dudas, cuentan con el dudoso privilegio de constituir la obra más conocida y difundida sobre la supuesta conjura judía mundial, no son ni con mucho la única ni la primera. La idea de una conjura parcial (para envenenar las aguas, para empobrecer a la gente, para sacrificar niños, etc) aparecía periódicamente durante la Edad Media. Sin embargo, siempre se trataba de episodios aislados, regionales, desprovistos de un carácter universal. El cambio radical se produjo en 1797. Con la publicación de la Memoria para servir a la historia del Jacobinismo no quedará perfilada la tesis de una conspiración subversiva mundial. El autor de la obra, un clérigo llamado Barruel, pretendía que la orden de los Templarios, disuelta en el s. XIV, no había desaparecido sino que se había transformado en una sociedad secreta encaminada a derrocar todas las monarquías.
Cuatro siglos después, la misma se habría hecho con el control de la masonería y, a través de la organización de los jacobinos, habría
provocado la revolución francesa. Barruel afirmaba también que los masones eran, a su vez, una marioneta en manos de los iluminados bávaros que seguían a Adam Weishaupt. A menos que se acabara con estos grupos, afirmaba Barruel, pronto el mundo estaría en sus manos. Como suele ser habitual en todas las obras que desarrollan la teoría de la conspiración no sólo los datos expuestos recogen tergiversaciones sino también absolutos disparates. Barruel pasaba por alto, entre otras cosas, que el grupo de Weishaupt ya no existía en 1786, que siempre estuvo enemistado con los masones y que éstos no sólo por regla general habían sido monárquicos y conservadores sino que además habían experimentado la persecución a manos de los revolucionarios, muriendo centenares de ellos en la guillotina. Con todo Barruel, que había tomado sus ideas de un matemático escocés llamado John Robinson, apenas mencionaba a los judíos porque, ciertamente, éstos no habían tenido ningún papel de importancia durante la Revolución y porque además incluso habían sido víctimas de los excesos de ésta.
Pese a sus evidentes deficiencias, la obra de Barruel despertó, sin embargo, la pasión de un oficial llamado J. B. Simonini que le escribió desde Florencia proporcionándole supuestas informaciones sobre el papel judío en la conspiración masónica. En una carta —que fue un fraude de Fouchá para impulsar a Napoleón hacia una política antisemita— el militar felicitaba al clérigo por desenmascarar a las sectas que estaban “abriendo el camino para el Anticristo” y se permitió señalarle el papel preponderante de la “secta judaica”. Según Simonini, los judíos, tomándole por uno de los suyos, le habían ofrecido hacerse masón y revelado sus arcanos. Así se había enterado de que el Viejo de la Montaña (el fundador de la secta islámica de los Asesinos que tanto agradaba a Nietzsche) y Manes eran judíos, que la masonería y los iluminados habían sido fundados por judíos y que en varios países —especialmente Italia y España— los clérigos de importancia eran judíos ocultos. Su finalidad era imponer el judaísmo en todo el mundo, objetivo que sólo tenía como obstáculo la Casa de Borbón a la que los judíos se habían propuesto derrocar. Ni que decir tiene que las afirmaciones de Simonini carecían de la más mínima base (por esa época tanto los masones como los iluminados si acaso habían tenido alguna actitud hacia los judíos era de rechazo). Sin embargo, los dislates contenidos en la misma hicieron mella en la mente de Barruel, que, a juzgar por su obra, estaba bien predispuesto a creer este tipo de relatos.
De hecho, pese a que juzgó más prudente no publicarla, entre otras razones porque temía que provocara una matanza de judíos, distribuyó algunas copias en círculos influyentes. Finalmente, antes de morir en 1820, relató todo a un sacerdote llamado Grivel. Nacería así el mito, tan querido a tantos personajes posteriores, de la conjura judeo-masónica, mito al que se incorporaron los datos suministrados por Simonini en su carta. Con todo, inicialmente, la idea de una conspiración judeo-masónica iba a caer en el olvido y durante las primeras décadas del siglo XIX ni siquiera fue utilizada por los antisemitas. Con posterioridad, una obra de creación titulada Biarritz volvería a resucitarlo en Alemania. El autor de la novela se llamaba Hermann Goedsche y ya tenía un cierto pasado en relación con documentos de carácter sensacional. En el período inmediatamente posterior a la revolución de 1848 había presentado unas cartas en virtud de las cuales se pretendía demostrar que el dirigente demócrata Benedic Waldeck había conspirado para derrocar al rey de Prusia.
El acontecimiento dio origen a una investigación cuyo resultado no pudo resultar más bochornoso: los documentos eran falsos y además Goedsche lo sabía. Este se dedicó entonces a trabajar como periodista en el Preussische Zeitung, el periódico de los terratenientes conservadores, y a escribir novelas como Biarritz. Esta se publicó en 1868, una fecha en que la población alemana comenzaba a ser presa de renovados sentimientos antisemitas a causa de la Emancipación —sólo parcial— de los judíos. En un capítulo del relato, que se presentaba como ficticio, se narraba una reunión de trece personajes, supuestamente celebrada durante la fiesta judía de los Tabernáculos, en el cementerio judío de Praga. En el curso de la misma, los representantes de la conspiración judía mundial narraban sus avances en el control del gobierno mundial, insistiendo especialmente en la necesidad de conseguir la Emancipación política, el permiso para practicar las profesiones liberales o el dominio de la prensa. Al final, los judíos se despedían no sin antes señalar que en cien años el mundo yacería en su poder. Como en el caso de la conjura judeo-masónica, el episodio narrado en este capítulo de Biarritz iba a hacer fortuna.
En 1872, se publicaba en San Petersburgo de forma separada señalándose que, pese al carácter imaginario del relato, existía una base real para el mismo. Cuatro años después en Moscú se editaba un folleto similar con el título de “En el cementerio judío de la Praga checa (los judíos soberanos del mundo)”. Cuando en julio de 1881 Le Contemporain editó la obra, ésta fue presentada ya como un documento auténtico en el que las intervenciones de los distintos judíos se habían fusionado en un solo discurso. Además se le atribuyó un origen británico. Nacía así el panfleto antisemita conocido como el “Discurso del Rabino”. Con el tiempo la obra experimentaría algunas variaciones destinadas a convertirla en más verosímil. Así el rabino, anónimo inicialmente, recibió los nombres de Eichhorn y Reichhorn e incluso se le hizo asistir a un (inexistente) congreso celebrado en Lemberg en 1912.
Un año después de la publicación de Biarritz, Francia iba a ser el escenario donde aparecería una de las obras clásicas del antisemitismo contemporáneo. Se titulaba Le juif, le judaásme et la judaásation des peuples chrátiens y su autor era Gougenot des Mousseaux. La obra partía de la base de que la cábala era una doctrina secreta transmitida a través de colectivos como la secta de los Asesinos, los templarios o los masones pero cuyos jerarcas principales eran judíos. Además de semejante dislate —que evidencia una ignorancia absoluta de lo que es la cábala— en la obra se afirmaba, igual que en la Edad Media, que los judíos eran culpables de crímenes rituales, que adoraban a Satanás (cuyos símbolos eran el falo y la serpiente) y que sus ceremonias incluían orgías sexuales. Por supuesto, su meta era entregar el poder mundial al Anticristo para lo que fomentarían una cooperación internacional en virtud de la cual todos disfrutaran abundantemente de los bienes terrenales, circunstancias estas que, a juicio del católico Gougenot des Mousseaux, al parecer sólo podían ser diabólicas. Pese a lo absurdo de la obra, no sólo disfrutaría de una amplia difusión sino que además inspiraría la aparición de panfletos similares generalmente nacidos de la pluma de sacerdotes. Tal fue el caso de Les Francs-Maçons et les Juifs: Sixième Age de l’Eglise d’après l’Apocalypse (1881) del abate Chabauty, canónigo honorario de Poitiers y Angulema, donde aparecen dos documentos falsos que se denominarían “Carta de los judíos de Arles” (de España, en algunas versiones) y “Contestación de los judíos de Constantinopla”. Tanto la obra de Chabauty como la de Gougenot de Mousseaux serían objeto de un extenso plagio —a menos que podamos denominar de otra manera al hecho de copiar ampliamente secciones enteras sin citar la procedencia— por parte del antisemita francés Edouard Drumond, cuyo libro La France juive (1886) demostraría ser un poderoso acicate a la hora de convertir en Francia el antisemitismo en una fuerza política de primer orden.
El único país donde, por aquel entonces, el antisemitismo resultaba más acentuado que en Francia y Alemania, y donde, dicho sea de paso, se originaría el plan que culminaría en los Protocolos, era Rusia. Las condiciones de vida de los judíos bajo el gobierno de los zares se han calificado de auténticamente terribles pero la cuestión es digna de considerables matizaciones ya que no pocos progresaron considerablemente y llegaron a escalar socialmente puestos que les estaban vedados en países limítrofes al imperio zarista. Sin embargo, tras el asesinato de Alejandro II y el acceso al trono de Alejandro III empeoraron en parte, siquiera porque no eran pocos los judíos —generalmente jóvenes idealistas de familias acomodadas— que participan en grupos terroristas de carácter antizarista y, en parte, porque los revolucionarios recurrieron al antisemitismo en no pocas ocasiones como forma de obtener un ascendente sobre el pueblo. Así, a un antisemitismo instrumental de izquierdas —del que participaron no pocos judíos filorevolucionarios— se sumó otro popular que abominaba de la subversión y que estallaba ocasionalmente en pogromos. Tal situación estaba acompañada por la propaganda antisemita. Fue esta una floración libresca pletórica de odio, mala fe e ignorancia, que se extendió desde el Libro del Kahal (1869) de Jacob Brafman, editado con ayuda oficial, y en el que se pretendía que los judíos tenían un plan para eliminar la competencia comercial en todas las ciudades, hasta los tres volúmenes de El Talmud y los judíos(1879©1880) de Lutostansky, obra en que el autor demostraba ignorar lo que era el Talmud y además introducía en Rusia el mito de la conjura judeo-masónica.
No obstante, es posible que la obra de mayor influencia de este período fuera La conquista del mundo por los judíos (7ª ed. 1875) escrita por Osman-Bey, pseudónimo de un estafador cuyo nombre era Millinger. El aventurero captó fácilmente la paranoia antisemita que había en ciertos segmentos de la sociedad rusa y la aprovechó en beneficio propio. Su panfleto sostenía que existía una conjura judía mundial cuyo objetivo primario era derrocar la actual monarquía zarista. De hecho, sirviéndose de semejantes afirmaciones, el 3 de septiembre de 1881 salía de San Petersburgo con destino a París, provisto del dinero que le había entregado la policía política rusa, con la misión de investigar los planes conspirativos de la Alianza Israelita Universal que tenía su sede en esta última ciudad. Pasando por alto, como lo harían muchos otros, que este organismo sólo tiene fines filantrópicos Millinger afirmó que se había hecho con documentos que la relacionaban con grupos terroristas que deseaban derrocar el zarismo. En 1886, se editaban en Berna sus Revelaciones acerca del asesinato de Alejandro II. Con el nuevo panfleto quedaba completo el cuadro iniciado con La conquista… No sólo se afirmaba la tesis del peligro judío sino que además se indicaba ya claramente el camino a seguir para alcanzar “la Edad de Oro”. Primero, había que expulsar a los judíos basándose en “el principio de las nacionalidades y de las razas”. Un buen lugar para enviarlos sería África. Pero tales acciones sólo podían contemplarse como medidas parciales. En realidad, sólo cabía una solución para acabar con el supuesto peligro judío:
“La única manera de destruir la Alianza Israelita universal es a través del exterminio total de la raza judía”. El camino para la aparición de los Protocolos —y para realidades aún más trágicas— quedaba ya más que trazado. Del 26 de agosto al 7 de septiembre de 1903 aparecía en el periódico de San Petersburgo Znamya (La Bandera) la primera edición de los Protocolos, bajo el título de Programa para la conquista del Mundo por los judíos. El panfleto encajaba como un guante en el medio ya que el mismo estaba dirigido por P. A. Krushevan, un furibundo antisemita que había sido un personaje clave en el desencadenamiento del pogromo de Kishiniov. Krushevan afirmó que la obra —cuyo final aparecía algo abreviado— era la traducción de un documento original aparecido en Francia.
En 1905, el texto volvía a editarse en San Petersburgo en forma de folleto y con el título de La raíz de nuestros problemas a impulsos de G. V. Butmi, un amigo y socio de Krushevan que junto con éste se dedicaría a partir de ese año a sentar las bases de la Centurias negra. En enero de 1906, el panfleto era reeditado por la citada organización con el mismo título que le había dado Butmi e incluso bajo su nombre. Sin embargo, se le añadía un subtítulo que, en forma abreviada, haría fortuna: Protocolos extrañados de los archivos secretos de la Cancillería Central de Sión (donde se halla la raíz del actual desorden de la sociedad en Europa en general y en Rusia en particular).
Las ediciones mencionadas tenían una finalidad masivamente propagandística y consistieron en folletos económicos destinados a todos los segmentos sociales. Pero en 1905 los Protocolos aparecían incluidos en una obra de Serguei Nilus titulada Lo grande en lo pequeño. El Anticristo considerado como una posibilidad política inminente. El libro de Nilus ya había sido editado en 1901 y 1903, pero sin los Protocolos. En esta nueva edición se incluyeron con la intención de influir de manera decisiva en el ánimo del zar Nicolás II. La reedición de Nilus contaba con algunas circunstancias que, presumiblemente, deberían haberle proporcionado un éxito impresionante. Así, el metropolitano de Moscú llegó incluso a ordenar que en las 368 iglesias de la ciudad se leyera un sermón en el que se citaba esta versión de los Protocolos. Inicialmente, no resultó evidente si prevalecería la versión de Butmi o la de Nilus. Finalmente, sería esta última reeditada con ligeras variantes y bajo el título de Está cerca la puerta… Llega el Anticristo y el reino del Diablo en la Tierra la que llegaría a consagrarse. El motivo de su éxito estaría claramente vinculado a haberse publicado una vez más en 1917, el año de la Revolución rusa. El texto de Nilus está dividido en 24 supuestos protocolos en los que, realmente, se intenta demostrar la bondad del régimen autocrático (obviamente el zarista) y la perversidad de las reformas liberales.
Como justificación última de semejante discurso político se aduce la existencia de un plan de dominio mundial desarrollado por los judíos. Así el panfleto deja claramente establecido el supuesto absurdo del sistema liberal ya que la idea de libertad política no sólo resulta irreal sino que además sólo puede tener desastrosas consecuencias:
“La libertad política no es una realidad, sino una simple idea”. (1, 5)
“La idea de la libertad no puede realizarse porque nadie sabe hacer de ella el uso adecuado. Basta con permitir que el pueblo se gobierne durante un período breve de tiempo para que la administración se transforme al poco en desenfreno… los Estados arden en llamas y toda su grandeza se viene abajo convertida en cenizas”. (1, 6)
La razón fundamental que aduce Nilus, por boca de los supuestos conspiradores judíos, es similar a la esgrimida por otros antidemócratas anteriores y posteriores. Es absurda la libertad ya que la gente del pueblo no puede llegar a comprender lo que es la política:
“Los miembros de la plebe que han salido del pueblo, por más dotados que están, al no comprender la alta política no pueden guiar a la masa sin despeñar a toda la nación en la ruina”. (1, 18)
Si la idea de libertad política podía ser relativamente tolerada, esto se debería a algunas condiciones previas. Primero, su sumisión al poder clerical; segundo, la exclusión de los enfrentamientos sociales y, tercero, la eliminación de la búsqueda de reformas. En resumen, puede ser aceptable si no afecta en absoluto el sistema autocrático:
“La libertad podría ser inofensiva y darse sin peligro para el bienestar de los pueblos en los estados si se basase en la fe en Dios y en la fraternidad de los seres humanos y se alejase de la idea de igualdad, que está en contradicción con las leyes de la Creación…” (4, 3)
Sin embargo, la libertad no ha discurrido por los cauces deseados por Nilus y puestos en boca de los presuntos conspiradores judíos. El resultado ha sido por ello especialmente peligroso y ha degenerado en la mayor de las aberraciones posibles, la corrupción de la sangre:
“Después de haber instalado en el órgano estatal el “veneno del liberalismo”, toda su condición política ha sufrido una metamorfosis; los Estados han sido atacados por una dolencia mortal, “la corrupción de la sangre”; sólo hace falta esperar el final de su agonía. Del liberalismo han surgido los Estados constitucionales que han sustituido a la autocracia, único gobierno útil a los no judíos”. (10, 11-12)
Las afirmaciones relativas a lo nocivo de la libertad política tienen, lógicamente, en esta obra un reverso diáfano consistente en alabar las supuestas virtudes de la autocracia. Esta —sea la política de los zares o la religiosa de los papas— constituye, según los Protocolos, el único valladar contra el peligro judío:
“La autocracia de los zares rusos fue nuestro único enemigo en todo el mundo junto con el papado”. (15, 5)
Precisamente por eso, el poder del autócrata debe tener para ser efectivo un tinte innegable de cinismo, de maquiavelismo, de pura hipocresía utilitarista:
“La política no tiene nada que ver con la moral”. Un soberano que se deja guiar por la moral no actúa políticamente y su poder descansa sobre frágiles apoyos. “El que quiera reinar debe utilizar la astucia y la hipocresía”. (1, 12)
Sin embargo, tal actitud no debe causar malestar ni ser objeto de censura. Está más que justificada por el hecho de que la autocracia es la única forma sensata de gobierno y la única manera de crear y mantener en pie la civilización, algo que nunca puede emanar de las masas:
“Solamente una personalidad educada desde la juventud para la autocracia puede entender las palabras que forman el alfabeto político”. (1, 19) “… Sin despotismo absoluto no hay civilización; ésta no es obra de las masas sino sólo de su guía, sea quien fuere”. (1, 21)
Naturalmente, el modelo autocrático no se sustenta sólo sobre la figura del soberano sino sobre otros pilares del sistema. Los Protocoloscontienen, por lo tanto, loas a estos estamentos concretos que se sitúan en labios de los supuestos conspiradores judíos. El primero de ellos es la nobleza:
“… El triunfo más importante… es acabar con los “privilegios”, que son indispensables para la vida de la “nobleza no-judía” y la única protección que las naciones tienen frente a nosotros” (1, 30)
Obviamente, la aristocracia es presentada en términos ideales y, dicho sea de paso, radicalmente falsos desde una perspectiva histórica. Así se afirma que es la protectora de las clases populares y que comparte sus mismos intereses:
“Bajo nuestra dirección fue “aniquilada la nobleza”, que es la protectora natural y la madre nutricia del pueblo, y cuyos intereses están unidos inseparablemente del bienestar del pueblo… La nobleza, que conforme a un derecho legal exigía la fuerza de trabajo de los trabajadores, estaba interesada en que los trabajadores estuvieran bien alimentados, sanos y fuertes”. (3, 6 y 8)
Obviamente el otro estamento que debe colaborar —y al que se retrata de nuevo en términos excesivamente positivos— es el clero que en Rusia llegó a extremos de cesaropapismo extraordinarios:
“Controlado por su fe, el pueblo avanzará bajo la tutela de su clero, pacífica y modestamente de la mano de sus pastores espirituales”. Frente al panorama idealizado de la autocracia, sustentada por la nobleza y el clero, Nilus opone el retrato de una supuesta conjura mundial tras la que se encuentran los judíos. Estos, en teoría, se hallarían ya muy cerca de la conquista del poder:
“… Hoy estamos sólo a unos pocos pasos de nuestra meta. Sólo un tramo breve y el círculo de la serpiente simbólica”, el símbolo de nuestro pueblo se cerrará. Y una vez que se cierre el círculo, todos los Estados de Europa quedarán apresados en él como dentro de un torno”. (3, 1)
Siguiendo un patrón multisecular, Nilus presenta como base del poder judío el dominio económico, dato no sólo falso sino sangrante si tenemos en cuenta la situación miserable de los judíos de la Rusia de la época:
“Toda la maquinaria de gobierno depende de un motor que está en nuestras manos y es el oro”. (5, 8)
La conjura, obviamente, se manifiesta en una serie de acciones moralmente perversas desencadenadas por los judíos. La primera es, naturalmente, intentar contaminar con su materialismo a los que no son como ellos:
“Para no dejar tiempo a los no-judíos para la reflexión y la observación, debemos apartar sus pensamientos hacia el comercio y la industria” (4, 4)
Pero eso es sólo el comienzo. Según los Protocolos de Nilus, para que los judíos dominen el mundo se entregan a una serie de actividades simultáneas que desafían la imaginación más delirante. A ellos se les atribuye potenciar la idea de un “gobierno internacional” (5, 18), crear “monopolios” (6, 1), apoyarse en “las logias masónicas” (15, 13) (de nuevo la tesis de la conjura judeo-masónica!), fomentar “el incremento de los armamentos y de la policía” (7, 1), provocar una “guerra general”, “idiotizar y corromper a la juventud de los no-judíos” (9, 12), aniquilar “la familia” (10, 6), “distraer a las masas con diversiones, juegos, pasatiempos, pasiones” (13, 4), eliminar “la libertad de enseñanza” (16, 7) e incluso “destruir todas las otras religiones” (14, 1). En suma no hay nada que repugne a la mente autocrática de Nilus que no se deba atribuir a los judíos.
En esa paranoia que ve la mano judía detrás de todo lo inaceptable llega en algunos casos hasta el retorcimiento más absoluto o el ridículo más absurdo. Así queda de manifiesto al afirmar que los no-judíos padecen “las enfermedades que les causamos (los judíos) mediante la inoculación de bacilos” (10, 25) o al atribuir la construcción del metro a turbias intenciones políticas:
“Pronto se habrán construido en todas las capitales “trenes subterráneos”; partiendo de los mismos volaremos por los aires todas las ciudades junto con todas sus instalaciones y documentos”. (9, 14)
Al final, los judíos conseguirán mediante semejantes artimañas su meta final:
“El “Rey de Israel” será el patriarca del mundo cuando se ciña en la cabeza santificada la corona que le ofrecerá toda Europa”. (15, 30)
Los últimos Protocolos están dedicados presuntamente a pergeñar una descripción de cómo deberá gobernar mundialmente el Rey de Israel. En realidad, son una descripción de la monarquía autocrática ideal según Nilus. En la misma el monarca ideal deberá evitar “los impuestos demasiado elevados” (20, 2) para evitar sembrar la semilla de la revolución (20, 5), introducirá reformas como la creación de un impuesto progresivo de timbres (20, 12), de un fondo de reservas (20, 14), de un tribunal de cuentas (20, 17) y de un patrón basado en la fuerza de trabajo (20, 24) y llevará a cabo una serie de medidas económicas como la restricción de los artículos de lujo (23, 1), el fomento del trabajo artesanal (23, 2) y de la pequeña industria (23, 3) o el castigo del alcoholismo (23, 4).
ENGLISH
Used by anti-Semites around the world – not excluding Nazis or Arabs in recent decades – the Protocols constitute a document of enormous historical and political interest. However, do they really have any relationship with the Jews?
Who wrote the Protocols of the Sages of Zion? In recent weeks there has been a considerable stir in the Arab world as a result of a series of Egyptian TV in which the authenticity of a document called the Protocols of the Sages of Zion was held. The text, written at the end of the nineteenth century, would contain the main lines of a plan of world domination by the Jews.
Anti-Semitism is a mental attitude and behavior that is lost in the night of time. Maneton, the Jewish priest and historian of the Hellenistic period, already devoted vitriolic pages to the earliest moments of Israel’s history, and his steps followed the anti-Semitic of classical antiquity – almost all renowned authors – from Cicero to Tacitus through Juvenal. In general terms, his anti-Semitism, which presented manifestations of enormous hardship amidst considerable legal tolerance, was cultural rather than racial. During the Middle Ages, anti-Semitism was related to categories of religious (Jewish resistance to Islam or Christianity) and social (the performance of certain jobs by the Jews). Only with the advent of the Enlightenment did anti-Semitism become more and more tinged with racial tones, which appear already in Voltaire’s injurious and false writings, and which we find again very marked in Nietzsche or Wagner. Although the figure of the perverse and conspiratorial Jew is not absent from some of these anti-Semitic manifestations and although, for example, Wagner and Nietzsche insisted on such topics as Jewish power or their capacity for moral (and even racial) corruption did not arrive To exhaust to the end the subject of one of the accusations already popularized in his time, that of the world Jewish conspiracy. Both writers failed to articulate – although they did not lack much for this – the thesis that all the degenerating power of the Jews actually obeyed a destructive plan of universal characteristics whose purpose was the dominion of the world. Such a paper would correspond to a pamphlet of Russian origin generally known as “The Protocols of the Sages of Zion,” in which, supposedly, the minutes were collected from a Jewish congress designed to trace the lines of the conquest of world power.
The analysis of this work constitutes the object of the present Enigma, nevertheless, before entering into the content and the circumstances in which it was forged we must pause even in some of its antecedents. “The Protocols of the Sages of Zion” were not, to a large extent, an innovative work. Although undoubtedly they have the dubious privilege of being the best-known and most widely publicized work on the alleged Jewish world conspiracy, they are by no means the only or the first. The idea of a partial conspiracy (to poison the waters, to impoverish people, to sacrifice children, etc.) appeared periodically during the Middle Ages. However, they were always isolated episodes, regional, devoid of a universal character. The radical change occurred in 1797. With the publication of the Memory to serve the history of Jacobinism will not be outlined the thesis of a worldwide subversive conspiracy. The author of the work, a clergyman named Barruel, pretended that the order of the Templars, dissolved in the s. XIV, had not disappeared but had become a secret society aimed at overthrowing all monarchies.
Four centuries later, it would have been done with the control of Freemasonry and, through the organization of the Jacobins, would have provoked the French revolution. Barruel also stated that the Masons were, in turn, a puppet in the hands of the enlightened Bavarians who followed Adam Weishaupt. Unless these groups ended, Barruel asserted, soon the world would be in their hands. As is usual in all the works that develop conspiracy theory, not only do the exposed data contain misrepresentations but also absurd absurdities. Barruel overlooked, among other things, that Weishaupt’s group no longer existed in 1786, which was always at odds with the Freemasons and that these were not only generally monarchists and conservatives but also experienced persecution at the hands of The revolutionaries, dying hundreds of them in the guillotine. Yet Barruel, who had taken his ideas from a Scottish mathematician by the name of John Robinson, barely mentioned the Jews because, certainly, they had played no significant role during the Revolution, and because they had even been victims of the excesses of the Revolution.
Despite its obvious shortcomings, Barruel’s work nevertheless aroused the passion of an officer named J. B. Simonini who wrote to him from Florence providing him with supposed information about the Jewish role in the Masonic conspiracy. In a letter – which was a fraud by Fouchá to propel Napoleon to an anti-Semitic policy – the military congratulated the clergyman for unmasking the sects that were “opening the way for the Antichrist” and allowed him to point out the preponderant role of the “sect Jewish “. According to Simonini, the Jews, taking him for one of their own, had offered to become a mason and revealed his arcana. Thus he had learned that the Old Man of the Mountain (the founder of the Islamic Assassin sect who was so fond of Nietzsche) and Manes were Jewish, that Masonry and the enlightened had been founded by Jews and that in several countries – especially Italy and Spain – the clergymen of importance were hidden Jews. Its purpose was to impose Judaism on the whole world, objective that only had like obstacle the House of Bourbon to which the Jews had set out to overthrow. Needless to say, Simonini’s claims lacked the slightest basis (at that time both the Masons and the enlightened had they ever had any attitude towards the Jews was rejection). However, the disaffects contained in it made a dent in the mind of Barruel, who, judging by his work, was well predisposed to believe such stories.
In fact, although he judged it wiser not to publish it, among other reasons because he feared it would provoke a massacre of Jews, he distributed some copies in influential circles. Finally, before dying in 1820, he related everything to a priest named Grivel. Thus would be born the myth, so dear to so many later characters, of the Judeo-Masonic conspiracy, a myth to which the data supplied by Simonini in his letter were incorporated. However, initially the idea of a Judeo-Masonic conspiracy was to be forgotten and during the first decades of the nineteenth century was not even used by anti-Semites. Subsequently, a work of creation titled Biarritz would resurrect it in Germany. The author of the novel was called Hermann Goedsche and already had a certain past in relation to documents of sensational character. In the immediate aftermath of the 1848 revolution he had submitted letters which sought to show that the Democratic leader Benedic Waldeck had conspired to overthrow the King of Prussia.
The event gave rise to an investigation whose outcome could not be more embarrassing: the documents were false and besides Goedsche knew. He then worked as a journalist in the Preussische Zeitung, the newspaper of the conservative landowners, and wrote novels such as Biarritz. This was published in 1868, a date in which the German population began to be prey to renewed anti-Semitic sentiments because of the – only partial – Emancipation of the Jews. In one chapter of the story, which was presented as fictitious, a meeting of thirteen characters, supposedly celebrated during the Jewish feast of Tabernacles, was told in the Jewish cemetery in Prague. In the course of it, the representatives of the world Jewish conspiracy recounted their progress in the control of world government, with special emphasis on the need to achieve political Emancipation, permission to practice the liberal professions or domination of the press. In the end, the Jews said goodbye not without first pointing out that in a hundred years the world would lie in its power. As in the case of the Judeo-Masonic plot, the episode narrated in this chapter of Biarritz was to make a fortune.
In 1872, it was published in St. Petersburg separately, pointing out that, despite the imaginary nature of the story, there was a real basis for it. Four years later in Moscow a similar pamphlet was published with the title of “In the Jewish cemetery of the Czech Prague (the sovereign Jews of the world)”. When in July 1881 Le Contemporain published the work, it was presented as an authentic document in which the interventions of the different Jews had been merged into a single discourse. In addition it was attributed a British origin. The anti-Semitic pamphlet known as the “Rabbi’s Address” was born. Over time the work would undergo some variations intended to make it more plausible. Thus the rabbi, anonymous initially, received the names of Eichhorn and Reichhorn and was even made to attend a (nonexistent) congress held in Lemberg in 1912.
One year after the publication of Biarritz, France was to be the setting where one of the classic works of contemporary anti-Semitism would appear. It was titled Le juif, le judaásme et la judaásation des peuples chratiens and its author was Gougenot des Mousseaux. The work was based on the fact that the Kabbalah was a secret doctrine transmitted through collectives such as the Assassin sect, the Templars or the Masons but whose main hierarchs were Jews. In addition to such a disdain-which evidences an absolute ignorance of what the kabbalah is-in the work it was affirmed, as in the Middle Ages, that Jews were guilty of ritual crimes, worshiping Satan (whose symbols were the phallus and The serpent) and that his ceremonies included sexual orgies. Their goal, of course, was to give world power to the Antichrist for what would foster international cooperation by virtue of which everyone enjoyed abundant earthly goods, which, in the opinion of the Catholic Gougenot des Mousseaux, apparently could only be diabolical . In spite of the absurdity of the work, it would not only enjoy a wide diffusion but also inspire the appearance of similar leaflets generally born of the pen of priests. Such was the case of Les Francs-Maçons et les Juifs: Sixième Age of the Eglise d’après l’Apocalypse (1881) of the abbot Chabauty, honorary canon of Poitiers and Angouleme, where two false documents appear that would be denominated “Letter of The Jews of Arles “(from Spain, in some versions) and” Contest of the Jews of Constantinople “. Both the work of Chabauty and Gougenot de Mousseaux would be the subject of extensive plagiarism – unless we may otherwise call the fact of copying whole sections without citing the source – by the French anti-Semite Edouard Drumond, whose book La France Juive (1886) would prove to be a powerful incentive in turning anti-Semitism into France into a political force of the first order.
The only country where, at that time, anti-Semitism was more pronounced than in France and Germany, and where, by the way, the plan that would culminate in the Protocols was Russia. The living conditions of the Jews under the Tsar’s rule have been termed truly terrible, but the question is worthy of considerable qualification, since not a few of them progressed considerably and climbed socially in places bordering on them to the tsarist empire. However, after the assassination of Alexander II and the accession to the throne of Alexander III they worsened partly, not least because there were few Jews – generally young idealists of affluent families – that participate in anti-Zero terrorist groups and partly because The revolutionaries resorted to anti-Semitism on many occasions as a means of obtaining an ascendant over the people. Thus, to a left-wing instrumental anti-Semitism – which involved a few Filorevolutionary Jews – was added another popular one that abhorred subversion and which occasionally exploded in pogroms. This situation was accompanied by anti-Semitic propaganda. This was a bloom of books full of hatred, bad faith and ignorance, which extended from Jacob Brafman’s Book of Kahal (1869), edited with official help, and which claimed that the Jews had a plan to eliminate competition Commercial in all the cities, to the three volumes of the Talmud and the Jews (1879 © 1880) of Lutostansky, work in which the author demonstrated to ignore what was the Talmud and also introduced in Russia the myth of the Jewish-masonic conspiracy.
However, it is possible that the most influential work of this period was the conquest of the world by the Jews (7th ed. 1875) written by Osman-Bey, pseudonym of a swindler whose name was Millinger. The adventurer easily grasped the anti-Semitic paranoia that was present in certain segments of Russian society and used it for his own benefit. His pamphlet held that there was a world Jewish conspiracy whose primary purpose was to overthrow the present tsarist monarchy. In fact, on September 3, 1881, he left St. Petersburg on his way to Paris, provided with money from the Russian political police, with the mission of investigating the conspiracy plans of the Universal Israelite Alliance which he had Its headquarters in this last city. Overlooking, as would many others, that this body is for philanthropic purposes only, Millinger stated that it had been done with documents that related it to terrorist groups that wanted to overthrow Tsarism. In 1886, his Revelations about the assassination of Alexander II were published in Bern. With the new pamphlet, the picture begun with La conquista was complete. Not only was the thesis of the Jewish danger affirmed, but the path to reach the “Golden Age” was already clearly indicated. First, the Jews had to be expelled on the basis of “the principle of nationalities and races”. A good place to send them would be Africa. But such actions could only be considered as partial measures. In reality, there was only one solution to end the supposed Jewish danger:
“The only way to destroy the universal Israelite Alliance is through the total extermination of the Jewish race.” The road to the emergence of the Protocols – and even more tragic realities – was already outlined. From August 26 to September 7, 1903, the first edition of the Protocols, under the title Program for the Conquest of the World by the Jews, appeared in the St. Petersburg Znamya (La Bandera) newspaper. The pamphlet fit like a glove in the middle as it was led by P. A. Krushevan, a furious anti-Semite who had been a key character in the unleashing of Kishiniov’s pogrom. Krushevan claimed that the work – which was somewhat abridged – was the translation of an original document appearing in France.
In 1905, the text was rewritten in St. Petersburg in the form of a pamphlet and entitled The Root of Our Problems at the urging of GV Butmi, a friend and associate of Krushevan who together with him would dedicate himself from that year to sit The bases of the black Centurias. In January of 1906, the pamphlet was reedited by the mentioned organization with the same title that Butmi had given him and even under his name. However, he added a subtitle which, in abbreviated form, would make a fortune: Strange protocols from the secret archives of the Central Chancellery of Sion (where the root of the present disorder of society in Europe in general and in Russia in particular ).
The editions mentioned had a massively propagandistic purpose and consisted of economic pamphlets intended for all social segments. But in 1905 the Protocols appeared included in a work of Serguei Nilus titled The great in the small thing. The Antichrist is considered as an imminent political possibility. The book of Nilus had already been published in 1901 and 1903, but without the Protocols. In this new edition they were included with the intention of influencing in a decisive way in the mood of the Tsar Nicholas II. The reissue of Nilus had some circumstances which, presumably, should have given him an impressive success. Thus, the metropolitan of Moscow even ordered that a 36-page sermon be read in the 368 churches of the city, quoting this version of the Protocols. Initially, it was not clear whether the version of Butmi or Nilus would prevail. Finally, it would be this last one reedited with slight variants and under the title of Is near the door … It arrives the Antichrist and the kingdom of the Devil in the Earth that would arrive to consecrate itself. The reason for its success would be clearly linked to having been published once again in 1917, the year of the Russian Revolution. The text of Nilus is divided into 24 supposed protocols in which, in fact, attempts are made to demonstrate the goodness of the autocratic regime (obviously the tsarist) and the perversity of liberal reforms.
The ultimate justification for such a political discourse is the existence of a plan of world domination developed by the Jews. Thus the pamphlet clearly establishes the supposed absurdity of the liberal system since the idea of political freedom is not only unrealistic but also can only have disastrous consequences: “Political freedom is not a reality, but a simple idea.” (1, 5)
“The idea of freedom can not be realized because nobody knows how to use it properly. It is enough to allow the people to govern for a short period of time so that the administration will soon be transformed into wildness … the States burn in flames and all their greatness will come down into ashes. ” (1, 6)
The fundamental reason Nilus argues, by the mouth of the alleged Jewish conspirators, is similar to that espoused by other earlier and later anti-democrats. Freedom is absurd because the people of the people can not understand what politics is:
“The members of the people who have left the village, however gifted they are, by not understanding the high politics can not guide the Mass without plaguing the whole nation in ruin “. (1, 18)
If the idea of political freedom could be relatively tolerated, this would be due to some preconditions. First, his submission to clerical power; Second, the exclusion of social confrontations and, third, the elimination of the search for reforms. In short, it may be acceptable if it does not affect the autocratic system at all:
“Freedom could be harmless and be given without danger to the welfare of peoples in the states if it were based on faith in God and the brotherhood of human beings and away from the idea of equality, which is in contradiction with Laws of Creation … “(4, 3)
However, freedom has not run through the channels desired by Nilus and placed in the mouth of the alleged Jewish conspirators. The result has therefore been particularly dangerous and has degenerated into the greatest possible aberrations, the corruption of the blood:
“After having installed in the state organ the” poison of liberalism “, all its political condition has undergone a metamorphosis; States have been attacked by a deadly disease, “the corruption of blood”; You just have to wait for the end of your agony. From liberalism have emerged constitutional states that have replaced autocracy, the only useful government to non-Jews. ” (10, 11-12)
The affirmations concerning the noxiousness of political freedom have, logically, in this work a diaphanous reverse consisting of praising the supposed virtues of autocracy. This, according to the Protocols, is the only fence against the Jewish danger:
“The autocracy of the Russian tsars was our only enemy in the whole world together with the papacy.” (15, 5)
Precisely for this reason, the power of the autocrat must have to be an undeniable tinge of cynicism, Machiavellianism, pure utilitarian hypocrisy:
“Politics has nothing to do with morality.” A sovereign who is guided by morality does not act politically and his power rests on fragile supports. “He who wants to reign must use cunning and hypocrisy.” (1, 12)
However, such an attitude should not cause unrest or be censored. It is more than justified by the fact that autocracy is the only sensible form of government and the only way to create and maintain civilization, something that can never emanate from the masses:
“Only a personality educated from youth to Autocracy can understand the words that make up the political alphabet. ” (1, 19)
“… Without absolute despotism there is no civilization; This is not the work of the masses but only of their guidance, whoever it may be. ” (1, 21)
Of course, the autocratic model is not only based on the figure of the sovereign but on other pillars of the system. The Protocols contain, therefore, loas to these concrete estates that are placed on the lips of the supposed Jewish conspirators. The first is the nobility:
“… The most important triumph … is to put an end to the” privileges “which are indispensable to the life of the” non-Jewish nobility “and the only protection that the nations have before us” ( 1, 30)
Obviously, the aristocracy is presented in ideal terms and, incidentally, radically false from a historical perspective. Thus it is affirmed that it is the protector of the popular classes and that it shares its same interests:
“Under our direction the nobility was annihilated”, that is the natural protector and nourishing mother of the town, and whose interests are inseparably united of the well-being of the Village … The nobility, which according to a legal right demanded the labor force of the workers, was interested in the workers being well fed, healthy and strong. (3, 6, and 8).
Obviously, the other group that must collaborate – and to which it is portrayed again in excessively positive terms – is the clergy that in Russia reached extraordinary extremes of cesaropapismo:
“Controlled by their faith, the people will advance under the tutelage of their clergy, peacefully and modestly by the hand of their spiritual shepherds.” Against the idealized panorama of the autocracy, supported by the nobility and the clergy, Nilus opposes the portrait of a supposed world conspiracy behind which the Jews are. These, in theory, would already be very close to the conquest of power:
“… Today we are only a few steps from our goal. Only a short stretch and the circle of the symbolic serpent, “the symbol of our people will be closed. And once the circle is closed, all the States of Europe will be captured in it as in a lathe “. (3, 1)
Following a multi-secular pattern, Nilus presents as the basis of Jewish power the economic domain, not only false but bleeding, if we take into account the miserable situation of the Jews of Russia at the time:
“The whole machinery of government Depends on an engine that is in our hands and is the gold “. (5, 8)
The conspiracy, obviously, manifests itself in a series of morally perverse actions unleashed by the Jews. The first is, of course, to try to contaminate with their materialism those who are not like them:
“In order not to leave time for non-Jews for reflection and observation, we must turn their thoughts to commerce and industry” (4, 4)
But that’s just the beginning. According to the Protocols of Nilus, for the Jews to dominate the world they are given to a series of simultaneous activities that defy the most delirious imagination. They are credited with promoting the idea of an “international government” (5, 18), creating “monopolies” (6, 1), relying on “masonic lodges” (15, 13) (again the thesis of the conspiracy Judeo-Masonic!), Encourage “the increase of armaments and the police” (7, 1), provoke a “general war”, “idiotic and corrupt the youth of non-Jews” (9, 12), To annihilate “the family” (10, 6), “distract the masses with amusements, games, pastimes, passions” (13, 4), eliminate “freedom of teaching” (16, 7) Religions “(14, 1). In short, there is nothing to disgust the autocratic mind of Nilus that should not be attributed to the Jews.
In that paranoia that sees the Jewish hand behind all the unacceptable arrives in some cases until the most absolute twist or the most absurd ridiculous. This is evidenced by the assertion that non-Jews suffer “the diseases we inflict on them (the Jews) by inoculating bacilli” (10, 25) or by attributing the construction of the subway to murky political intentions:
“They will soon be built In all the capitals “underground trains”; Starting from the same we will fly through the air all the cities along with all its facilities and documents “. (9, 14)
In the end, the Jews will achieve their final goal by means of such devices: “The” King of Israel “will be the patriarch of the world when the crown of the whole of Europe will be crowned in his sanctified head. (15, 30)
The last Protocols are presumably devoted to a description of how the King of Israel is to govern the world. In fact, they are a description of the ideal autocratic monarchy according to Nilus. In it the ideal monarch must avoid “taxes too high” (20, 2) to avoid sowing the seeds of revolution (20, 5), he will introduce reforms such as the creation of a progressive tax of stamps (20,12) Of a reserve fund (20, 14), a court of accounts (20, 17) and a labor force-based pattern (20, 24) and will carry out a number of economic measures, such as the restriction of (23, 1), the promotion of artisanal work (23, 2) and small industry (23, 3) or the punishment of alcoholism (23, 4).
CESAR VIDAL: BIOGRAFIA/BIOGRAPHY
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