De: Elentir.
Gonzalo estaba encantado con su coche nuevo. Incluso las gotas de aquella lluvia matutina lucían bien en esa carrocería roja, con un toque algo anaranjado, totalmente nueva, sin un solo arañazo. Los años de trabajo que le había costado comprarlo pasaban por su cabeza mientras circulaba por la carretera de la costa. En ese momento vio al joven autoestopista.
Llovía, y el chaval, ya calado, le dio algo de pena. Su mujer le había insistido muchas veces en que no subiese a nadie al coche, que un día le acarrearía un disgusto, pero él era un poco confiado. Paró.
– ¿A dónde vas?
– A Pontevedra.
– Yo voy a Vigo… Pero te puedo acercar, al menos.
– Vale.
El chaval tenía pinta de estudiante, pero la educación no parecía su fuerte. Que paren a por ti y no dar siquiera las gracias… “En fin”, pensó Gonzalo, “cosas de la juventud de ahora”.
En la radio sonaba la emisora de Radio Clásica. Gonzalo es un melómano, con especial pasión por los impresionistas (le encanta conducir bajo la lluvia oyendo el Arabesco de Debussy), pero escuchaba un poco de todo. Nada más recoger al joven autoestopista sonaba el Nocturno nº20 de Chopin.
– Oye, ¿te importa si pongo otra cosa?
– Vaya, ¿no te gusta la música clásica?
– Es un poco muermazo… Mira, te voy a enseñar algo mejor.
El joven se puso a girar el dial, y por fin encontró lo que buscaba: reguetón. Gonzalo lo odiaba.
– ¿A que mola?
– Si no te molesta, prefiero apagar la radio… Me duele un poco la cabeza.
– Ah, ok.
Resultaba un poco incómodo circular en coche con un desconocido llevando la radio apagada. Gonzalo se animó a darle conversación.
– ¿Qué, vas a la universidad?
– No, estoy en el paro, he quedado con unos coleguis.
“Vaya metedura de pata”, pensó Gonzalo. “Si llego a saber que está en el paro no le digo nada… A lo mejor se siente mal.” Decidió intentar salir del atolladero.
– Están las cosas difíciles para encontrar trabajo, ¿eh?
– No sé, tampoco he mirado.
– ¿Acabas de terminar tus estudios?
– No, qué va… Dejé el insti hace un par de años, no me iba mucho lo de estudiar.
“Mala idea también sacarle el tema de los estudios”, pensó Gonzalo. “Mejor hablar de otra cosa”. Pero en ese momento el joven interrumpió sus pensamientos.
– ¿Es de color naranja el coche?
– No, es un rojo ligeramente anaranjado, un color muy especial que…
– No me mola mucho. Molaría más en negro.
– Bueno, para gustos hay colores…
Aquello le tocó un poco las narices. Coges a un autoestopista, no da las gracias y además dice que no le mola el color del coche.
– ¿Seguro que no vas a Pontevedra? Me vendría genial que me pudieras llevar…
– Lo siento, pero tengo trabajo en Vigo, y Pontevedra me queda a desmano.
– Vaya, qué rabia…
“¿Me habrá confundido con un taxista?”, pensó Gonzalo. Decidió concentrarse en la carretera. Quedaban unos diez minutos para llegar a Vigo. Paciencia.
– Le metes poca caña al coche.
– ¿Cómo?
– Pues que le metes poca caña, que vas despacio.
– Me gusta ser prudente al volante. Además, está lloviendo, y la carretera está mojada.
“Hay que fastidiarse”, pensó Gonzalo, ya muy molesto.
– ¿Tú conduces?
– No. Aún no he convencido a mis padres de que me paguen la autoescuela y me compren un buga.
– Bueno, ten paciencia, todo llegará…
– Son un poco muermos, dicen que tengo que conseguir curro, y tal, pero también hay que disfrutar de la vida un poco, ¿no?
Gonzalo se encogió un poco de hombros. No sabía qué contestar.
– Este coche no está mal, aunque molaría más con el pack sport. Yo quiero comprarme un BMW.
– Bueno, esto es lo que me permiten mis ingresos.
– Claro, entiendo. Aunque molan más los BMW. ¿No pensaste en comprarte uno?
– Pues no. He estado años trabajando y ahorrando para poder comprarme este coche.
– Pero ahora el gobierno da ayudas para comprar coches ¿no?
– El gobierno no regala coches, chaval.
– Pues cuando yo tenga pasta me compraré un BMW de color negro. Y le daré mucha caña.
Cinco minutos para llegar a Vigo. “Sólo cinco”, pensaba Gonzalo. “Aguantaré un poco”.
– ¿Y tú en qué trabajas?
– Soy autónomo, tengo una pequeña ferretería.
– ¿Autónomo? Esos son los que dicen que defraudan millones a Hacienda, ¿no?
– ¿Crees que si yo tuviese millones andaría en este coche, chaval?
– Bueno, es lo que dicen, no te mosquees, hombre… Yo quiero ser funcionario, que se gana pasta y tienes las tardes libres.
– Pero los funcionarios también trabajan. Algunos incluso arriesgan la vida en el trabajo, como los policías, los bomberos o los militares.
– Uy, a mí los polis y los militares no me molan nada.
– Pues mi padre era militar, marino, para más señas.
– Qué mal rollo, tío…
Gonzalo redujo la velocidad y detuvo el coche en el arcén. Seguía lloviendo, pero le importaba un rábano.
– Lo siento, chaval, pero te bajas aquí.
– ¿Por qué? Aún no llegamos a Vigo.
– He parado a recogerte, no me has dado ni las gracias, y te has puesto criticar la música que escucho, mi coche, mi forma de conducir, mi trabajo y el trabajo de mi padre. No te aguanto más.
– Tío, qué poco respetas la libertad de expresión.
– Tú me has faltado al respeto a mí, y yo no estoy obligado a escuchar tus opiniones en mi coche. Para eso es mi propiedad.
– Pero bueno, que sea tu propiedad no quiere decir que yo no tenga libertad de expresión, no seas capitalista…
– ¿Te bajas o te bajo?
– Vale, tronco, no te cabrees…
El chaval salió del coche como si no entendiese nada. Cerró la puerta de malos modos. “Primer portazo en mi coche nuevo”, pensó Gonzalo, intentando calmarse. Lo último que escuchó, al arrancar de nuevo, fue al chaval gritándole “facha” en medio de la lluvia.
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Moraleja: ahora ya sabes cómo se siente el propietario de un blog cada vez que tiene que aguantar a un comentarista impertinente, de ésos que se piensan que cuando pones tu dinero y tu trabajo en un blog y ofreces un espacio de comentarios a los lectores, estás obligado a aguantar cualquier cosa que te digan, por insolente y maleducada que sea.
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