La izquierda es una herejía cristiana y no lo sabe, por eso ataca al padre con furor freudiano.
Permítanme un desahogo imperdonablemente frívolo: a veces desearía que no quedaran en Occidente más de un ínfimo puñadito de cristianos, algo así como hace dos mil años, y que para el mundo fuera un recuerdo no más vivo o cercano que los dioses del Olimpo o de Asgard. Después de una sociedad cristianizada –como la que construyó nuestra civilización–, lo mejor es una sociedad que desconozca por completo a Cristo, y lo absoluto peor, una poscristiana, como la que padecemos.
Me explico. La Iglesia, en todo lo que no tiene de místico, representa la defensa de la cordura y el hombre histórico tiene una evidente tendencia a permitir que el disparate, lo irracional, entre en su discurso social, cayendo ora en esta locura, ora en la contrario de una época a la…
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