La progresía mundial está de luto. Muchos no saben por qué apoyaban en realidad a Clinton, pero tenían clarísimo que Trump era el demonio. Vamos, que poco más que les ha faltado representarlo con cuernos, capa roja y tridente. Luego ha habido un factor con el que no han contado: las encuestas fallaron porque ya nadie se atreve a destapar en público sus preferencias. Prefieren hacerlo en la soledad de la cabina electoral, lo cual es una puñalada trapera al candidato. Claro: uno va convencido de que tiene al establishment de su lado y que basta eso para ganar. Los votantes parecen un barullo lejano. Trump ha partido de esa primera desafección del establishment (un desprecio básico y fundamental por el votante de a pie) para construirse una imagen ganadora de «maverick frente al sistema». Una imagen que, como decíamos en la entrada anterior, bien podría haber…
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