POR: Germánico.
La antropología cultural lleva muchos años estudiando los comportamientos y costumbres de los diversos grupos étnicos humanos que habitan el planeta, de polo a polo.
La observación de los usos y costumbres de pueblos extraños ya se puede encontrar en escritos tan antiguos como las Historias del griego Herodoto. De los griegos también surgió la distinción lingüística y semántica asociada entre propios y extraños que más profundamente han calado en nuestro imaginario: nosotros (los griegos) y los bárbaros (los no griegos). En principio el término bárbaro se refería con carácter general (aunque presiento que con una fuerte carga afectiva de desprecio) a los no griegos. Puede que entre los diversos griegos de costumbres diversas que habitaban numerosas unidades políticas denominadas ciudades-estado no hubiera demasiadas cosas en común, y de hecho se hacían la guerra unos a otros sin tregua y encarnizadamente, pero lo que les unía era suficiente para crear un poderoso sentido de identidad.
Andado el tiempo y asumido implícitamente que Grecia era la cuna de la Civilización, el término bárbaro, como contrapuesto al de griego pasó a asimilarse al significado de no civilizado.
Roma había tomado el relevo olímpico en la carrera de la Civilización a los griegos, y los pueblos que estaban más allá de sus militarizadas fronteras, hostiles por lo general, fueron llamados Bárbaros.
Dado que la protección de las fronteras del Imperio Romano suponían un gran desgaste y las guerras con los sucesivos vecinos eran la norma antes que la excepción, poco a poco Bárbaro pasó a significar no sólo incivilizado, sino también violento, agresivo, anárquico….Si Roma era Eterna los bárbaros, tarde o temprano deberían ser exterminados o asimilados.
Pero Roma no era eterna. Ni tampoco la Civilización era patrimonio exclusivo de los ciudadanos romanos y sus Ciudades (de civilis, lo propio de un ciudadano romano, nació el término Civilización). El derecho romano, la ciencia griega, las artes y las religiones ya desde mucho tiempo atrás, antes del neolítico, el lenguaje escrito de egipcios, chinos y en particular los fenicios, las monedas como medio de cambio en Lidia, las primeras ciudades en el próximo oriente y sus construcciones, que dieron origen entre otras cosas al mito de la Torre de Babel….muchos artefactos, construcciones, usos, costumbres, formas de organización, instituciones….que por sus ventajas adaptativas para los grupos humanos se fueron acumulando en un proceso, el llamado por el filósofo Norbert Elías, con propiedad, Proceso de Civilización. ¿Resultado? Aquellos pueblos que estuvieran más “avanzados” en ese proceso complejo y que tomaba múltiples vías se distinguían (a sí mismos) de aquellos otros que permanecieran en un estadio “anterior”, que eran vistos como bárbaros, o bien como salvajes (del latín silvaticus, que se refiere a selvático o silvestre). Tanto el término bárbaro como el término salvaje son sorprendentemente precisos para referirse a pueblos sin Estado, pueblos que ni remotamente han entrado en el proceso de civilización: son selváticos, silvestres, es decir, no viven en ciudades, sino en medio de la naturaleza en asentamientos temporales o duraderos pero en ningún caso fuertemente establecidos, y son “extraños” y de algún modo repugnan a los pueblos que habitan en ciudades con todas las ventajas (algunos dirían las comodidades) que proporciona la civilización. Los pueblos cazadores-recolectores caían claramente en estas categorías, pero en tiempos romanos la de bárbaro se llevaba la palma porque los enemigos del Imperio habían avanzado también un poco en el proceso civilizatorio. No eran cazadores-recolectores pero tenían sus asentamientos permanentes con edificaciones, sus leyes, monedas, rituales, ejércitos….
Reflexionando sobre el descenso de la violencia a lo largo de la historia de nuestra especie, en su libro Los Ángeles que Llevamos Dentro, Steven Pinker citaba los trabajos de Norbert Elías. Para Pinker el proceso de civilización había llegado muy lejos desde que se iniciara en los albores de la Historia del Homo sapiens “cultural”. A día de hoy combatimos más los estereotipos y menos a los “otros”. Pero todavía estamos lejos de habernos librado de los estereotipos, pues no vienen de la nada, sino que son un subproducto, podría decirse, de un instinto categorizador (con un correspondiente mecanismo cognitivo de categorización asentado en el cerebro) que nos ha sido muy útil en nuestra historia evolutiva, y también andamos bastante lejos de hacer un uso controlado y matizado de las categorías que no meta en el mismo saco a personas muy diversas (razas, tendencias sexuales, sexo, etnias, …etc). Por otro lado, y aunque pueda resultar políticamente incorrecto, los estereotipos, con todo lo malo que tienen, es posible que hayan sido de gran utilidad en épocas y circunstancias más peligrosas y en la que la pertenencia a uno u otro grupo podía significar vivir o morir (tener estereotipos era apropiado en un mundo en el que tener estereotipos era lo normal), en la dura lucha por los recursos escasos y el estatus. Incluso hoy, si uno va en un tren con un joven con gesto hosco y rasgos magrebíes con un mochilón a cuestas, quizás no sea, al menos desde un punto de vista lógico y estadístico, erróneo alejarse prudentemente de él. Sigue siendo más probable, al margen de todo lo instintivo, que sea un terrorista suicida, que, por ejemplo, una anciana con cara cándida sentada tres filas de asientos más atrás. Las categorías responden a una imperiosa necesidad de clasificación que surge del compromiso de un cerebro que tiene que procesar muchísima información en muy poco tiempo y tomar entretanto decisiones prácticas de potenciales consecuencias adversas o beneficiosas.
Steven Pinker, antes de haber escrito sobre el descenso de la violencia y las fuerzas culturales que lo han hecho posible, antes de haber revelado su pensamiento progresista, dentro del cual el Estado es un elemento capital como cimiento imprescindible para el progreso de la civilización, había leído la cartilla en otro libro (La Tabla Rasa) a los que defendían ardientemente que la naturaleza humana era una tabula rasa. Argumentó, contra lo que él denominaba teoría estándar de las ciencias sociales, que el ser humano no viene al mundo con la mente como un papel en blanco sobre el que la cultura pueda escribir una sinfonía o un panfleto. Existía una cosa llamada naturaleza humana y, desde luego, distaba mucho de ser una tabla rasa, un papel en blanco o una escultura por moldear por las fuerzas de la sociedad. Como psicólogo evolucionista que estudiaba, entre otras cosas, el desarrollo del lenguaje, no podía dejar de impresionarse con los innumerables mecanismos innatos con los que veníamos pertrechados al mundo. Todo artefacto cultural que llegase después, debería ser, cuando menos compatible con dichos mecanismos innatos. La enculturación es un proceso “micro” que, dándose en una sociedad humana que haya “avanzado” en ese otro proceso “macro” de la civilización, puede contribuir muy positivamente a modular la naturaleza humana para sacar de ella lo mejor y reducir al mínimo lo peor. Y en ese terreno para “cultivar” en el que, hagamos lo que hagamos crecerá y se desarrollará un ser humano, uno de los mayores logros que la civilización puede alcanzar es el de formar una cohorte de ciudadanos capaces de demorar la gratificación y, en general los impulsos viscerales en función del contexto, y con ello, de paso, saber categorizar correctamente usando las capacidades cognitivas del pensamiento racional y analítico cuando la vida no esté en juego.
¿Hasta qué punto hemos llegado en el proceso civilizador y en el consiguiente descenso de la violencia? Pinker se sirve de numerosas estadísticas y estudios que ponen de manifiesto una realidad incontestable: en efecto la violencia ha descendido sustancialmente en nuestra especie, a pesar de lo que nos digan los noticiarios o algunos analistas con menos información o de peor calidad que la de Pinker. Pero nuestra naturaleza humana, esa que él defendió valientemente frente a los que creían que los seres humanos éramos intercambiables, sigue presente por debajo del barniz que el proceso civilizador la ha cubierto. Sin el adecuado enculturamiento los bárbaros pueden infiltrarse dentro de la civilización gradualmente, destruyéndola por dentro como un cáncer, al principio inadvertidamente, y después provocando un colapso total. El punto crítico en el que pasaríamos de una sociedad civilizada con un número aceptable de bárbaros a un apocalipsis civilizatorio se desconoce. Acaso no exista, porque unas fuerzas enfrentadas, dinámicas, complejas y cambiantes en el tiempo, podrían frenar la “decadencia y caída”. Pero suceda lo que suceda podemos tener la certeza de que a día de hoy, entre nosotros, hay un considerable número de bárbaros. ¿Pero de qué bárbaros estamos hablando exactamente? ¿de los no griegos? ¿de los que no viven en ciudades? ¿de gentes que vienen de fuera? ¿de personas que no han avanzado en el proceso de civilización y permanecen de algún modo en un estadio anterior?…no. Los nuevos bárbaros han sido paridos y enculturados por la civilización, pero han sido, digámoslo así, simples usuarios de ella, han disfrutado de sus ventajas, pero no han comprendido ni siquiera por aproximación los cimientos que la han hecho posible y los riesgos asociados a la destrucción de éstos, sea por falta de mantenimiento sea por una acción de eliminación sistemática. Los nuevos bárbaros hacen uso de la prerrogativa ilustrada de la duda y del raciocinio, para aplicarlos sin demasiado criterio a todo aquello que hace posible que dispongan de dicha prerrogativa. Van en contra de la naturaleza humana debido a los sesgos cognitivos ¡de su naturaleza humana!, que no han sido debidamente corregidos por la cultura.
Cuando Nicholas Nassim Taleb, el pensador libanés, escribió Antifrágil y se opuso a las tesis optimistas de Pinker sobre la continuidad en el futuro del descenso de la violencia ponía de manifiesto dos cosas:
1.- Que nuestra civilización tiene una estructura muy frágil porque la transferencia de riesgos y cargas entre las personas va a más conforme se hace más compleja la organización social, lo que tarde o temprano terminará por producir un colapso.
2.-Que la prospectiva estadística de los sistemas complejos no tiene mucho….futuro. Podemos decir si un sistema es frágil o no, todo lo más.
Aunque las ideas de Taleb son complejas y no me puedo detener mucho en ellas, he extraído los dos puntos anteriores y los pongo en relación con el tema que nos ocupa:
1.-Los nuevos bárbaros transfieren, siempre que pueden, sus riesgos y cargas a los demás. El método que mejor funciona, aunque no siempre, es a través de prebendas estatales. Lo ideal: ser político y hacer tributar a los demás.
2.-No sabemos lo que ocurrirá, pero sí que el creciente número de bárbaros nos está debilitando como civilización.
Dichos bárbaros pueden apoyarse en la ciencia para atacar los cimientos de la ciencia, por ejemplo, convirtiendo lo anecdótico o lo no representativo, por generalización espuria, en algo susceptible de ser la norma. La antropología cultural puede servirles para este fin: un pueblo del Amazonas o del desierto del Serengueti, o de la isla de Samoa, tiene tal o cual estructura familiar, o un igualitarismo a ultranza, o unas costumbres sexuales muy laxas, o cualquier otra característica cultural con los que, sorprendentemente, les va muy bien. Todos en ese lugar y en esa cultura declaran ser muy felices así. Y el antropólogo que les ha observado con más o menos sistematicidad y acierto expone sus conclusiones y estas nos traen titulares de prensa. Nos venden que aquello funciona. Y entonces nuestros bárbaros se miran a sí mismos, a los usos y costumbres, a cómo están organizadas nuestras sociedades “civilizadas” y se preguntan, desde la ingenuidad del que no ha comprendido nada: ¿Pero eso no debería ser la norma, en lugar de la excepción? ¿Qué clase de sociedad tenemos? ¿De quién fue la idea de la monogamia, la desigualdad, la familia nuclear etc etc?
En el caso que nos ocupa hoy, revelador de estas realidades tan extrañamente retorcidas, tenemos a una ciudadana de un país civilizado, de un país que ha avanzado lo suyo en el proceso de civilización, que de primeras expresa políticamente una polarización categorial muy marcada entre los suyos y los otros. El primer grupo, el de los suyos, está compuesto por Catalanes de pro (vincia), de pura cepa, una categoría difícil de definir y establecer a no ser que se haga por afiliación política e ideológica. El segundo, el de los “otros”, en un sentido griego “los bárbaros” y, desde luego, los malos, está compuesto de un gran número de ciudadanos de diversa procedencia, ideología, gustos, costumbres etc…que entran dentro de la categoría de “españoles”, o más concretamente aún en el subgrupo perverso de los “nacionalistas españoles”. Naturalmente, y dado que Cataluña es una entidad política, territorial y social que forma parte de otra mayor llamada España, el deseo de la interfecta es independizarse a cualquier precio. Es lo de siempre, lo entendemos a fuerza de no entenderlo. Es lo que hay.
Sin embargo la muchacha tiene más grandes ideas en su cabeza, y creo que ya no le caben, como Atenea en la cabeza de Zeus, porque se ve obligada a exponerlas con énfasis, una de ellas recientemente, de aquí este largo post: nuestros hijos no son nuestros hijos, son hijos de la tribu. Colectivismo del de siempre con un toque étnico.
A mi juicio no hemos perdido el juicio del todo o, para ser más precisos, no son suficientes los que lo han perdido (en ciertas cuestiones) como para conmover los cimientos de la civilización. Pero debemos estar alerta. No debemos pasar ni una. Cuando alguien se manifiesta públicamente desde un pedestal público ya no a favor o en contra de una idea política, sino contra lo que ya se conoce de sobra y nadie debiera poner en duda, o a favor de algo cuya nocividad está sobradamente contrastada, debemos alzar la mano y replicarle enérgicamente.
Anna Gabriel y demás Señores (y Señoras) de la CUP: ustedes pueden tener “hijos en común y en colectivo” entre ustedes, pero no hablen por los demás. En eso no nos representan, ni siquiera a muchos de sus votantes.
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