Cada uno de nosotros está habitado por un ente negativo,
está poseído por un personaje perverso.
El demonio de la destrucción tenía en sus manos a Fausto. El fantasma de la depresión dominaba a Feliciana y la bruja de la ansiedad a Octavio, al que hechizó en su infancia.
De vez en cuando se reunían en la cabaña de la bruja, alrededor del caldero donde la anfitriona preparaba un brebaje especial para celebrar los éxitos obtenidos desde la última vez que se vieron.
La bruja y el demonio cogían una buena cogorza. El fantasma, dada su naturaleza etérea, no bebía. Como los otros insistían, en cada encuentro tenía que repetir lo mismo: “Los espectros no comen ni beben”. Pero esa circunstancia no quitaba para que participase en la francachela como el que más.
A los tres les encantaba comparar el grado de sumisión conseguido. Se lo pasaban en grande…
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