por Lars Hedegaard
1 de Enero de 2016
Traducción del texto original: Jihad: “All the Fault of the West!”
Traducido por El Medio
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Mientras que Occidente no esté preparado para tomarse en serio a los musulmanes cuando afirman que están librando una sanguinaria yihad porque esa es su obligación religiosa, no tendremos oportunidad de repeler las actuales matanzas en Occidente.
- Los primeros en irse serán los Estados del Bienestar. Las menguantes poblaciones nativas no pueden generar suficientes impuestos para dar cabida a masas de inmigrantes cuya escasa cualificación los hace incontratables, o que no quieren contribuir a las sociedades infieles.
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¿Supondrá la no integración musulmana el fin del Estado secular como lo conocemos? Probablemente. La religión –o más concretamente, la ideología islámica–, que no conoce distinciones entre la religión y la política, está en alza como principio constitutivo entre los musulmanes daneses.
No es así como se supone que tendría que haber sido. En 1995, una serie de Estados miembros de la UE firmaron el Acuerdo de Schengen, integrado en la legislación de la Unión Europea en 1999. Las potencias signatarias se comprometieron a renunciar a sus protecciones en las fronteras internas a cambio del compromiso de la UE de controlar las fronteras externas de Europa. Entonces, pese a que las autoridades de la UE exigieron que los Estados Schengen mantuvieran abiertas sus fronteras, no cumplieron su parte del acuerdo. Pocas dudas puede haber respecto a que la UE recogió, se marchó y dejó a la población librada a su suerte.
Lamentablemente, sus políticas han logrado exactamente lo contrario de lo que decían pretender. En lugar de tolerancia, hemos visto división y enemistad irreconciliable entre culturas y etnicidades que a menudo no tienen nada en común, salvo el deseo de exprimir todo lo que puedan las arcas públicas. En lugar de inclusión, los europeos han visto exclusión, contiendas de baja intensidad, zonas de exclusión y epidemias de violaciones, asesinatos y caos.
Los Gobiernos, las mayorías parlamentarias y los académicos estrella, los medios de comunicación y las elites del mundo de la cultura no se han percatado de que su gran juego multicultural e islamófilo no ha producido los resultados prometidos a su inopinado público. Sin embargo, la mayoría ha seguido insistiendo hasta el día de hoy en que la inmigración sin controles del mundo musulmán y de África es una indiscutible bendición para Europa.
Hace poco, al comienzo de la llamada crisis de los refugiados, algunas de estas eminencias han prescindido del guion y expresado su inquietud respecto a la falta de control de la inmigración. Los Gobiernos europeos siguen permitiendo que millones de los denominados refugiados crucen las fronteras y se instalen en cualquier lugar. Según la agencia Frontex de la UE, encargada de proteger las fronteras extranjeras, más de un millón y medio de inmigrantes ilegales han cruzado las fronteras de Europa entre enero y noviembre de 2015.
En estos momentos existe una brecha creciente entre la población y sus dirigentes. En una conferencia organizada recientemente por la Sociedad Danesa por la Libertad de Prensa para conmemorar el décimo aniversario de las famosas viñetas de Mahoma, el analista político británico Douglas Murray señaló que las poblaciones europeas están reaccionando a décadas de mentiras y engaños cuando votan a partidos políticos que tan solo hace unos años eran tildados de “racistas” y “fascistas”. Marine Le Pen, del Frente Nacional, ha emergido como fuerte candidata para las elecciones presidenciales francesas de 2017.
Tal vez el terremoto político más trascendental en Europa fue el giro de 180 grados en la postura del Partido Socialdemócrata de Dinamarca. Hace solo unos años era un acérrimo partidario de la inmigración musulmana, y machacaba a cualquiera que se atreviese a negar elenriquecimiento cultural generado por la expansión del islam.
El líder del grupo parlamentario del Partido Socialdemócrata de Dinamarca, Henrik Sass Larsen, escribió el 18 de diciembre:
La inmigración masiva y la afluencia de refugiados que están llegando a Europa y Dinamarca son de tal magnitud que suponen un desafío a las premisas fundamentales de nuestra sociedad en el futuro cercano… Según nuestro análisis, las duras consecuencias económicas de la actual cifra de refugiados e inmigrantes agotarán todo el margen de maniobra de las finanzas públicas en pocos años. La integración en el mercado laboral de los inmigrantes no occidentales ha sido históricamente difícil, y lo mismo ocurre con los sirios que están llegando ahora. Cuantos más sean, más difícil y más caro… Por último, nuestro análisis es que, dadas las experiencias previas con la integración de no occidentales en nuestra sociedad, nos enfrentamos a una catástrofe social en lo que respecta al manejo de las decenas de miles que pronto serán canalizados en la sociedad. En cada pequeño paso de progreso en términos de integración se volverá a partir de cero. (…) Por tanto, nuestra conclusión es clara: haremos todo lo que podamos por limitar el número de refugiados e inmigrantes no occidentales que vengan al país. Por eso hemos ido tan lejos; muchísimo más lejos de lo que habríamos deseado… Lo hacemos porque no vamos a sacrificar nuestra sociedad del bienestar en nombre del humanitarismo. Porque la sociedad del bienestar (…) es el proyecto político del Partido Socialdemócrata. Es una sociedad que se construye sobre los principios de la libertad, la igualdad y la solidaridad. La inmigración masiva perjudicará –como hemos visto en Suecia, por ejemplo– (…) a nuestra sociedad del bienestar.
Claramente, el Partido Socialdemócrata danés –el arquitecto de la Dinamarca que conocemos– ha entendido que hay un capital político que defender. Parece haberse dado cuenta por fin de que no puede seguir menoscabando sus logros si quiere conservar su menguante porción de votos.
Cabría pensar que, si el Partido Socialdemócrata habla en serio, podría tener un impacto en los partidos socialdemócratas y socialistas de otros países europeos.
No obstante, como también observó Douglas Murray, los occidentales padecen la idea de que no importa cuántos yihadistas, asesinos y terroristas declaren que sus actos son fruto de su amor a Alá: es imposible que lo digan en serio. Debe de haber alguna otra “causa originaria” subyacente de la cual no son conscientes los violentos, pero que los bienintencionados occidentales están ansiosos por explicarles: el viejo imperialismo occidental, los siglos de humillación, el racismo, Israel, las cruzadas, la pobreza, la exclusión, las viñetas de Mahoma, etc. Y, por supuesto, ¡toda la culpa es de Occidente!
Mientras que Occidente no esté preparado para tomarse en serio a los musulmanes cuando afirman que están librando una sanguinaria yihad porque esa es su obligación religiosa, no tendremos oportunidad de repeler las actuales matanzas en Occidente. La última vez que se pudo ver dicha tendencia fue esta misma semana, en forma de resolución de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, la número 569, para censurar a uno de los pocos países donde quedaba libertad de expresión. La resolución se ajusta al plan decenal de la Organización para la Cooperación Islámica (OCI) para aplicar la Resolución 16/18 del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, que criminalizaría, a nivel mundial, toda crítica al islam.
Mientras las autoridades sigan siendo reacias a proteger a su propia población ante el arrollamiento de los extranjeros, de los cuales muchos parecen dispuestos a hacerles daño, es probable que veamos a los nativos protegerse por sus propios medios. El 16 de diciembre, por ejemplo, hubo una protesta violenta en la pequeña localidad alemana de Geldermalsen cuando las autoridades locales intentaban establecer un centro de asilo a espaldas de la población. Sin duda, a las autoridades las cogió por sorpresa el activismo.
Las sociedades occidentales se basan en un contrato implícito entre la soberanía y el pueblo: la soberanía –el rey, el presidente, el Gobierno– se compromete a mantener la ley y el orden, a proteger a sus ciudadanos de la violencia y la invasión extranjera y capturar y castigar a los delincuentes. A cambio, los ciudadanos se comprometen a no tomarse la ley por su mano. De ello se sigue que si el Estado no cumple su parte de dicho trato social, el derecho –la obligación, en realidad– de protegerse a uno mismo, a la familia, a los vecinos y la comunidad, vuelve a los ciudadanos.
También está la reciente ola de incendios de centros de asilo en Suecia. Según la web danesa-sueca Snaphanen, ha habido cuarenta casos durante los últimos seis meses de centros destinados al alojamiento de refugiados que han sido reducidos a cenizas, sin que nadie resultase muerto o herido. No se ha detenido a ninguno de los responsables; nadie se ha atribuido la autoría. Todo parece muy bien organizado.
¿Salvará el activismo civil a Europa? Probablemente no. Hay grandes territorios que ya están lejos de poder ser salvados. Suecia es un país roto, como ha explicado Ingrid Carlqvist en varios artículos en Gatestone. En 2020, Alemania podría llegar a tener 20 millones de habitantes musulmanes.
Es probable que hayamos sobrepasado el punto en el que se podrían haber cambiado efectivamente las cosas mediante la política, en el sentido tradicional, por la simple razón de que las autoridades centrales no son lo suficientemente fuertes para hacer que su mandato se cumpla en sus territorios nacionales. Esto supondrá el fin de Europa tal como la conocemos, y la gente que no se pueda marchar, o que opte por quedarse y luchar, quedará al albur de sus propios medios y, probablemente, de formas de organización social completamente nuevas.
Los primeros en irse serán los Estados del Bienestar. Las menguantes poblaciones nativas no pueden generar suficientes impuestos para dar cabida a masas de inmigrantes cuya escasa cualificación los hace incontratables, o que no quieren contribuir a las sociedades infieles.
¿Qué aspecto tendrá la Europa posteuropea? Recordemos Irlanda del Norte en los tiempos del conflicto, o en la antigua Yugoslavia durante las guerras civiles de los años 90.
Cuando quiebren los Estados, la primera preocupación de la población será la seguridad. ¿Quién puede protegerme, y lo hará, a mi familia y a mí?
Durante mucho tiempo, en Europa se ha hablado de sociedades paralelas, en las que el Estado deja de funcionar como forma de gobierno unitario, debido la separación cultural, religiosa y político-judicial de no musulmanes y musulmanes en enclaves incompatibles y antagonistas.
Parece que los demógrafos daneses son cada vez más conscientes de que los inmigrantes del tercer mundo y sus descendientes constituirán, con la ciudadanía o sin ella, la mayoría de la población danesa antes de que acabe el siglo.[1] Un considerable segmento de dicha población del tercer mundo será musulmana, y mucho antes de alcanzar la mitad de siglo el número de musulmanes será lo suficientemente grande como para haber modificado, de forma irreversible, la composición y el carácter del país.
¿Supondrá la no integración musulmana el fin del Estado secular como lo conocemos? Probablemente. La religión –o más concretamente, la ideología islámica–, que no conoce distinciones entre la religión y la política, está en alza como principio constitutivo entre los musulmanes daneses. A medida que crezcan las instituciones musulmanas, el tribunal islámico está destinado a ser aún más poderoso como principio organizador de las sociedades paralelas musulmanas.
¿Cómo reaccionará la vieja población danesa, y nominalmente cristiana, a esta metamorfosis? En gran medida, dependerá de qué principio organizador determine el carácter de la sociedad paralela danesa. Destacan dos posibilidades: danesidad y cristiandad. La danesidad supondría probablemente una sociedad fundada sobre un mito nacionalista o étnico, mientras que la cristiandad sería más inclusiva étnicamente y haría hincapié en las raíces judeo-cristianas y humanistas.
En cualquier caso, es difícil ver cómo podría sobrevivir el Estado secular, ya que las sociedades paralelas no serán libres de definirse a sí mismas o determinar sus sistemas políticos o modos de gobernanza. Se verán constantemente obligadas a maniobrar de manera reactiva a los objetivos a largo plazo de los otros y a sus acciones inmediatas, como se ha visto, por ejemplo, en Bosnia, Kosovo, Líbano, Irlanda del Norte o las provincias vascas.
En estas condiciones, es probable que quiebre el sistema moderno de los Estados territoriales soberanos. Solo podemos hacer conjeturas respecto a qué lo sustituirá.
[1] Ver, por ejemplo, los cálculos de Hans Oluf Hansen, demógrafo de la Universidad de Copenhague, Berlingske Tidende, 21 de agosto de 2005.
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