POR: Domovilu Melimilla
Convengamos en que, a excepción de un puñado de desquiciados que jamás faltan en ninguna época y lugar, a la gente no le gusta ser o sentirse “mala”. Lo que motiva a todo activista comprometido es el sentido del ideal, el anhelo de “salvar el mundo”, el deseo de plegarse a “las fuerzas de la luz que impulsan la historia”. Dicho en palabras más duras: los grandes atropellos y masacres multitudinarias del mundo se han cometido siempre, pero SIEMPRE, invocando algún elevado propósito, un motivo sagrado, un ideal sublime. Se cometieron genocidios en nombre de D’s, de la Virtud, de la Patria, de la Justicia Social, del Pueblo, de la Raza, de los Pobres y Oprimidos, y la lista es larga y sigue. Las hordas desbocadas no salen pues a cometer genocidios por simple maldad, ¡sino todo lo contrario!
El típico argumento reduccionista es: si se cometieron atropellos en nombre de D’s (de la Virtud, de la Patria, de la Justicia Social, del Pueblo, de la Raza, de los Pobres y Oprimidos; elija el que prefiera), ergo D’s (la Virtud, la Patria, la Justicia Social, el Pueblo, la Raza, o los Pobres y Oprimidos; ídem anterior) es malo. Es un argumento que no solo peca de simplista, sino que además adolece de una peligrosa superficialidad. Es más, he constatado que quien usualmente lo esgrime, suele ser fanático partidario de cualquier otro de los motivos citados… Quiero decir: le parece monstruoso cometer masacres en nombre de la Raza, por ejemplo, pero si es en aras de la “Dictadura del Proletariado”, ah, bueno, entonces está bien…
Este es un problema en el que llevo décadas reflexionando. Con el tiempo, creo que alcancé a comprender el mecanismo de fondo: qué conduce a esas masas organizadas de idealistas a perpetrar atrocidades, llegando hasta el genocidio.
No se trata solamente del problema de que cuando uno está en grupo se envalentona, y comete actos radicales que en solitario jamás se le pasarían por las mientes. No se trata solo de la pérdida de responsabilidad que implica el difuminar la propia identidad dentro de la masa amorfa y más o menos sumisa a la verborrea del líder. Todo eso se ha señalado muchísimo antes por otros, no es nada nuevo. Pero nadie nace masificado. El líder es líder porque antes aglutinó a esa masa en torno a su liderazgo. En algún momento previo, el líder tuvo que vender sus ideas. Y esas ideas prendieron.
Nos engañaríamos si nos empeñáramos en creer que “es que al principio esos líderes desarrollaban un discurso hermoso y agradable, que solo radicalizaron después, cuando ya tenían el corazón de la masa conquistado”. Porque no: jamás fue así. “Mein Kampf” ya estaba escrito y era bien claro en sus objetivos mucho antes de que el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán llegase al poder. Lo mismo que estaban escritos y eran bien claros el Manifiesto Comunista, o los panfletos incendiarios de Lenin, etc. La gente se adhirió masivamente a esos movimientos (y lo sigue haciendo a pesar de un demostrado historial de crímenes monstruosos), no a pesar de que predicasen la necesidad de una cierta violencia, sino precisamente a causa de ese discurso. A muchas personas les encanta sentirse buenas mientras hacen cosas espantosas. No entiendo por qué la psique humana funciona así, pero lo veo en funcionamiento en todos los atropellos deliberados… E incluso en una enorme proporción de la producción cinematográfica habitual: los “buenos” ejercen su bondad matando; o en el mejor de los casos, repartiendo justicieros mamporros.
Claro que si el líder hubiese advertido desde el principio: “vamos a masacrar a MILLONES de personas perfectamente desconocidas, quizás incluso inocentes”, muchos se habrían echado atrás en el acto. La masacre no habría comenzado jamás. Pero ningún líder mesiánico hace eso. Lo que te dicen es: “vamos a construir el paraíso sobre la Tierra, pero antes debemos PURIFICAR la sociedad. Debemos limpiarla de enemigos, de aquellos que obstruyen el camino hacia nuestro ideal”. Y entonces se señala al enemigo a aniquilar.
El enemigo a aniquilar es inicialmente minoritario: “un puñado de gusanillos insignificantes, nada más, y el camino hacia la gloria quedará expedito”. De modo que las masas se abocan con entusiasmo a participar de la misión purificadora, o cuando menos la aplauden con entusiasmo. Mucha propaganda continua se asegura de conseguir que quien ose disentir, inmediatamente sea identificado con las fuerzas de la oscuridad. ¿Quién puede ser tan perverso o mezquino de oponerse a los magníficos ideales que propugna el movimiento purificador?
Pero más tarde o más temprano, acabamos constatando que la espiral purificadora no tiene fin. Y el futuro radiante prometido se aleja como el horizonte a pesar de que la masa corre alocada a su encuentro: por desgracia, a medida que la sociedad se purifica, siempre se detectan nuevas impurezas. La labor purificadora, una vez iniciada, no parece querer detenerse jamás, sino lo contrario: a medida que avanza amplía círculos y métodos. Los enemigos a eliminar son cada vez más, y los medios empleados contra ellos se van volviendo cada vez más inhumanos.
Esta es la espiral del Purificacionismo Obsesivo que está en la base de todas las ideologías potencialmente genocidas: se empieza eliminando a lo que se considera “negro”, una vez eliminado lo “negro”, empieza a molestar lo “gris oscuro”, y a medida que los matices de gris más oscuro van siendo eliminados a su vez, el proceso continúa hacia los grises más claros. Por definición, solo el líder representa al blanco impoluto. El líder y sus perros asesinos, aunque en algún momento ya avanzado de la obsesión purificacionista, pueden empezar las “purgas” incluso entre los perros más fieles del régimen.
Aquí es donde, demasiado tarde para tantas víctimas inocentes, el proceso se suele interrumpir: cuando los propios amos de las vidas ajenas empiezan a sentir que las suyas propias peligran. Y en ocasiones, ni así: algunos regímenes purificacionistas solo han sido detenidos por la fuerza de algún enemigo exterior.
Digamos pues que la raíz del genocidio no se encuentra en los motivos que se esgriman para justificarlo; porque aquellos no son constantes, sino que cambian según la época y el lugar. Sino en la arrogancia de los que se pretenden autoridades sobre la vida ajena, amos de la sociedad para moldearla según su capricho, los obsesionados con la purificación nacional, con el nuevo hombre, con la sociedad perfecta: los ingenieros sociales y sus borreguiles masas de seguidores.
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