Originalmente publicado en EL BLOG DE MANUEL CERDÀ:
El pesado y enorme mazo del martinete golpeaba con fuerza los trapos hasta deshacerlos por completo. Subía y bajaba a un ritmo infernal, invariable, monótono, una y otra vez. Los machacaba mientras una corriente de agua eliminaba las impurezas. La operación era necesaria para obtener la pasta que, una vez secada y prensada, serviría para confeccionar hojas de papel.
Esclafit ponía los trapos viejos y Samuel debía sacar la masa conseguida. Ambos tenían trece años y estaban unidos por los lazos de la miseria y la necesidad. Ganaban poco, incluso menos que las mujeres, pero su jornal devenía indispensable en el día a día de sus familias. No era la primera vez que trabajaban, llevaban haciéndolo, como todos los niños de familias obreras, desde los seis años en cualquier clase de ocupaciones, las que se suponía eran adecuadas a su edad.
Nunca olvidaría Samuel su primer día…
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