Originalmente publicado en Daniel Berges:
Vine a la ciudad para trabajar, ahorrar y formar una familia, esa era mi única intención. ‘Dios te bendiga, hijo mío, mucha suerte’, me había dicho mi vecino el párroco, don Julián, antes de marchar. ‘Suerte’, me deseó también mi hermana Sofía. ‘Escríbenos de vez en cuando’. Y así me encontré esperando al autobús, con una pequeña maleta de cuero, y una sensación de melancolía por la marcha, y otra simultánea y estimulante de incertidumbre ante el futuro.
La capital olía a basura y a aguas residuales. Había pordioseros pidiendo limosnas en prácticamente todas las esquinas, y la gente pasaba a su lado sin apenas mirarlos a los ojos. Tenía un papelito arrugado en el bolsillo con la dirección de una pensión en el centro y el teléfono de un tal Javier, un cuñado de una amiga de mi hermana, o algo similar. La pensión estaba en una calle peatonal…
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