Si yo tuviese una escuela, pero no cualquier escuela, sino un lugarcillo libre, alejado de la garra del ministerio de educación y las obligatoriedades de un currículo; una escuela que fuese mía y pudiese decidir de qué cantidad de cosas llenar los cuadernos de los alumnos, los estantes y pizarrones, sin otros límites que los del cerebro humano, a edades ya identificadas por Piaget; si yo tuviese una escuela para llenarla hasta reventar de información, ejercicios, conversaciones, juegos, recursos, maestros, padres, alumnos y ferias escolares; si pudiese poner cualquier cosa, no pondría más cosas.
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